Wilson, un joven moreno, vestido con un chaleco de paño verde gastado y barato, como cualquier mesero, extendió su brazo.
- Don Fernando - Me dijo –. Acá está su favorito, un martini seis, como usted le llama.
Sonreí, le di las gracias y me senté acompañado de ese trago que ahoga, cada noche, el agobio de las voces de la rutina y el tráfico taponado de carros, pasiones y razones.
Al primer Sorbo, un saxo desafinado empezó a entonar un tango que se las arreglaba para llegar a mis oídos cansados, evitando los cantos estridentes de los borrachos y los pedidos del ingrediente etílico que empezaban con un grito imperativo de algún borracho llamando a Wilson.
Al segundo sorbo el anfitrión vocifera por un micrófono mal calibrado:
- ¡Señores, suelten sus copas y alisten sus palmas para recibir a Stefany! – alargando el final del nombre hasta que la respiración resistió, el robusto anfitrión le roba el estilo a los comentaristas deportivos al cantar un gol.
Un tercer sorbo anuncia la llegada de Stefany y la copa que distorsionaba mi vista, hacía las veces de telón a medida que la quitaba de mi cara al terminar el sorbo, dejándome ver a una mujer atlética vestida con un enterizo de cuero azul y naranja, pegado al cuerpo, recordando a las villanas de las tiras cómicas.
El hombre del saxo empezó a imitar, sin mucho éxito, un Jazz afro americano de los años sesenta del siglo que acaba de pasar. Por su parte, Stefany se ayudaba con un cilindro de acero que llegaba hasta el techo naciendo del piso de la tarima. El baile convirtió al cilindro en un brillante bailarín de plata que la sostenía en el aire como en las mejores piezas del ballet.
El cuarto sorbo fue el preludio de la piel expuesta. Seguí con mi mirada las uñas rojo carmesí que halaban lentamente el cierre poco a poco hasta unos centímetros más abajo del ombligo; un óvalo vertical perfecto y seductor. Brazos y piernas se liberan con gracia del cuero.
El hombre de la batería inició una percusión caribeña y más acelerada.
- ¡Eso! – gritaron los borrachos y chocaron copas al ver los hombros de Stefany que se sacudían con el sabor del trópico de donde era oriunda.
Calculé dos sorbos más para acabar mi trago y salir. Tomé el quinto, Stefany lo acompañó y se desabrochó el sostén dejando al aire sus redondos y perfectos pechos que, automáticamente, robaron silbidos y comentarios de fuertes tonos de los embriagados.
De pronto los ojos miel de la exótica bailarina, que se podían adivinar a través de esos rizos negros que caían sobre su cara por acción del baile, se clavaron en mi copa con una mirada sensual que levantaba las cejas invitándome a tomar ese último sorbo para desnudarla. Me dio la espalda con una risita pícara y me hizo esperar un poco más para decidir tomar ese último sorbo.
Un sostenido en mí bemol del saxofón y el eco del platillo que marcaba el final de la intervención de la batería, fueron la banda sonora de mi brazo estirado, brindando por el intercambio inminente de un sorbo de mi martini seis por una pequeña prenda que inauguraba el erotismo de mis ojos. ¡Qué final, el mejor martini que me he tomado en mi vida!
Stefany me sopló un beso y se dio la vuelta tras la típica cortina roja que separaba al público de lo verdaderamente íntimo en esa mujer.
Me puse de pie, caminé hacia la barra y le extendí el brazo a Wilson con un billete grande:
- Guarda el cambio – Le dije guiñado el ojo –. luego tú invitas.
El joven se río educadamente y me dio las gracias.
Salí del bar y el frío me pegó en el cuello, subí la solapa de mi gabardina para cubrirme un poco y paré un taxi que poco a poco me alejó del recuerdo de un buen trago antes de dormir.
- ¿Mucho traguito patrón? – me dijo el taxista, tal vez notando mis ojos distraídos.
Recosté mi cabeza en el espaldar del asiento, sonreí y le dije:
- No mucho, ¡sólo me bebí un streaeptease!
- Don Fernando - Me dijo –. Acá está su favorito, un martini seis, como usted le llama.
Sonreí, le di las gracias y me senté acompañado de ese trago que ahoga, cada noche, el agobio de las voces de la rutina y el tráfico taponado de carros, pasiones y razones.
Al primer Sorbo, un saxo desafinado empezó a entonar un tango que se las arreglaba para llegar a mis oídos cansados, evitando los cantos estridentes de los borrachos y los pedidos del ingrediente etílico que empezaban con un grito imperativo de algún borracho llamando a Wilson.
Al segundo sorbo el anfitrión vocifera por un micrófono mal calibrado:
- ¡Señores, suelten sus copas y alisten sus palmas para recibir a Stefany! – alargando el final del nombre hasta que la respiración resistió, el robusto anfitrión le roba el estilo a los comentaristas deportivos al cantar un gol.
Un tercer sorbo anuncia la llegada de Stefany y la copa que distorsionaba mi vista, hacía las veces de telón a medida que la quitaba de mi cara al terminar el sorbo, dejándome ver a una mujer atlética vestida con un enterizo de cuero azul y naranja, pegado al cuerpo, recordando a las villanas de las tiras cómicas.
El hombre del saxo empezó a imitar, sin mucho éxito, un Jazz afro americano de los años sesenta del siglo que acaba de pasar. Por su parte, Stefany se ayudaba con un cilindro de acero que llegaba hasta el techo naciendo del piso de la tarima. El baile convirtió al cilindro en un brillante bailarín de plata que la sostenía en el aire como en las mejores piezas del ballet.
El cuarto sorbo fue el preludio de la piel expuesta. Seguí con mi mirada las uñas rojo carmesí que halaban lentamente el cierre poco a poco hasta unos centímetros más abajo del ombligo; un óvalo vertical perfecto y seductor. Brazos y piernas se liberan con gracia del cuero.
El hombre de la batería inició una percusión caribeña y más acelerada.
- ¡Eso! – gritaron los borrachos y chocaron copas al ver los hombros de Stefany que se sacudían con el sabor del trópico de donde era oriunda.
Calculé dos sorbos más para acabar mi trago y salir. Tomé el quinto, Stefany lo acompañó y se desabrochó el sostén dejando al aire sus redondos y perfectos pechos que, automáticamente, robaron silbidos y comentarios de fuertes tonos de los embriagados.
De pronto los ojos miel de la exótica bailarina, que se podían adivinar a través de esos rizos negros que caían sobre su cara por acción del baile, se clavaron en mi copa con una mirada sensual que levantaba las cejas invitándome a tomar ese último sorbo para desnudarla. Me dio la espalda con una risita pícara y me hizo esperar un poco más para decidir tomar ese último sorbo.
Un sostenido en mí bemol del saxofón y el eco del platillo que marcaba el final de la intervención de la batería, fueron la banda sonora de mi brazo estirado, brindando por el intercambio inminente de un sorbo de mi martini seis por una pequeña prenda que inauguraba el erotismo de mis ojos. ¡Qué final, el mejor martini que me he tomado en mi vida!
Stefany me sopló un beso y se dio la vuelta tras la típica cortina roja que separaba al público de lo verdaderamente íntimo en esa mujer.
Me puse de pie, caminé hacia la barra y le extendí el brazo a Wilson con un billete grande:
- Guarda el cambio – Le dije guiñado el ojo –. luego tú invitas.
El joven se río educadamente y me dio las gracias.
Salí del bar y el frío me pegó en el cuello, subí la solapa de mi gabardina para cubrirme un poco y paré un taxi que poco a poco me alejó del recuerdo de un buen trago antes de dormir.
- ¿Mucho traguito patrón? – me dijo el taxista, tal vez notando mis ojos distraídos.
Recosté mi cabeza en el espaldar del asiento, sonreí y le dije:
- No mucho, ¡sólo me bebí un streaeptease!