jueves, septiembre 29, 2005

PARANOIA Y CRAYONES (Primer acto de Paranoia y Pinceles)


Indiana era el nombre de una mujer que creció en el ambiente menos tranquilo: en las calles. Vagaba de un lado para otro por la geografía citadina. Sin embargo, sus travesías siempre eran acompañadas por un pequeño personaje de un metro veinte de estatura y ocho años de edad llamado Arnulfo, como su abuelo materno a quien no conoce y, por las circunstancias en las que nació, tal vez nunca lo conocerá.

Arnulfo e Indiana llegaban a su modesta morada todas las noches luego de una larga jornada gritando:

¡CRAYONES, CRAYONES DE TODOS LOS COLORES!

Mientras Indiana recuperaba su voz con algunos sorbos de agualluvia recogida de las hojas de una palmera enana que creció al lado de su cambuche, Arnulfo guardaba en una bolsa de plástico aquellos crayones que no se vendían porque se quebraban. Esos crayones eran sus más fieles compañeros, pues le ayudaron a dejar toda su vida en las paredes de la ciudad a través de sus dibujos que siempre firmaba con una "A" en la parte de arriba.
Cierta noche, con muy pocas nubes y una imponente luna, las latas del cambuche fueron abolladas por tres fuertes puñetazos acompañados de un fuerte grito que reclamaba la presencia de Indiana. Los golpes y los gritos no fueron advertidos por el pesado sueño de Indiana, pero el insomne artista sí los escuchó y abrió valientemente y engrosando su voz dijo:

Mi madre descansa ¿En qué le puedo ayudar?

Arnulfo nunca olvidaba la advertencia que su madre le hacía:

Hijo, nunca le abras a nadie desconocido, pues tengo muchos enemigos y muchos de ellos son amigos del mal

Por eso, esta vez abrió, pues el ruidoso visitante era el dueño de los crayones que Indiana vendía. El tosco hombre, que siempre usaba una chaqueta roja de mangas verdes, no acostumbraba a ir a casa de Indiana, pero el remedo de capitalista poderoso había oído que Indiana no dejaba las utilidades suficientes con la venta de los crayones.

Si, Arnulfo conocía la advertencia de su madre, pero su edad no le daba mucho para entender que, a veces, los conocidos también caben en la categoría de enemigos y más aún cuando hay dinero involucrado.

Despierta a Indiana pequeño, es urgente.

Dijo el tosco hombre con voz penetrante. Mientras, el niño, obediente, corrió los cuatro pasos que hacen falta en la pequeña casa para llegar a su madre:

¡Mamá, mamá! Don Isaías llegó. Quiere hablar contigo.

¿Lo dejaste pasar, hijo?

Le reclamó Indiana con ternura al mismo tiempo que se desperezaba y trataba de organizar su desaliñado cabello. Se levantó y se encontró con la tosca humanidad de Isaías cuya mirada se traducía en un reclamo:

¿Qué pasa Indiana? Tus números no me convencen

Acto seguido se dio cuenta de que el pequeño Arnulfo estaba dibujando con los crayones en un pedazo de papel periódico que prestaba sus letras para el lienzo de un incipiente pintor. El hombre estalló cual esposo borracho y sacudió a la mujer rompiendo la improvisada pared del cambuche. El delgado cuerpo de Indiana quedó a merced de la lluvia que minutos antes había empezado a caer. La lluvia se confabuló con el frío y los débiles pulmones de Indiana, que guardaban una fuerte historia de pulmonías y neumonías, empezaron a desprender una tos alarmante que obligó al pequeño a sumergirse en el aguacero para socorrer a su madre.

Mientras, el desilusionado patrón se dejó llevar por la apariencia de haber sido robado y acabó con las otras tres paredes del cambuche y recogió la mercancía, corriendo hacia su Ford del año 49 para escapar de la lluvia.

Arnulfo no hallaba la manera de que la lluvia no siguiera robándole respiros a su madre. Levantó los restos de su hogar y buscó ese edredón que los arropaba a los dos todas las noches... Indiana dejó de toser, de respirar, no dijo ninguna palabra. Arnulfo gritó y lloró:

¿Donde está mi madre ahora? ¿Y donde demonios están mis crayones?
Y los crayones, a la final, resultaron ser también sus enemigos.

sábado, septiembre 17, 2005

Escape Boceteado

No siempre el pintor fue el mejor: sus óleos se derretían, sus acuarelas se secaban y sus lápices y carboncillos manchaban, su caballete cojeaba y sus brochas y pinceles se despeinaban. No siempre el pintor fue inspirado: robaba las ideas de sus pares, entraba en eternos momentos de indecisión antes de hacer una pintura que había visto sólo en su memoria. No siempre el pintor fue sincero: a veces dejaba las obras incompletas, otras veces las hacía sólo por hacerlas y, en ocasiones, las borraba al primer trazo que lo retaba.

Cada vez que terminaba una de sus creaciones se acostaba a la cama enamorado de ellas, pensando “Vaya, esta vez sí que lo he logrado”. Al día siguiente se levantaba y la luz del día delataba los defectos y los problemas que el bombillo de 100 vatios de su habitación no le había dejado ver: su creación no era lo que la noche le había mostrado y de nuevo aparecía frustrado.

Seguía mirando con envidia y ojos de soñador desmentido a los demás artistas de su cuidad: “quisiera lograr esos ojos”, “quisiera poder manejar los colores así” y, de nuevo, seguía copiando las creaciones de otros. Sí, esos otros habían perfeccionado su técnica pero sus resultados no eran maravillosos para su sentir.

Pasaron unos años más y el pintor seguía teniendo los mismos problemas con sus creaciones: no se sentía artista. Cierta noche, mirando hacía el horizonte que mostraba la cuidad dormida, con un manto de luz de luna cubriéndola y unas cuantas luces del los insomnes titilando a lo lejos, sumergido en un llanto rabioso que pronto escapó de la nostalgia, sentía que quería escapar, escapar donde los vicios del artista educado lo dejaran tranquilo y renunciar a lo que había hecho toda su vida y decidió, con un esfero de plástico desechable y media hoja de un cuaderno cuadriculado, plasmar su despedida: un dibujo enigmático, diferente a lo que había echo toda si vida y que por su sencillez y perfección le secó sus lágrimas y, de pronto volvió a sentir eso que sintió cuando hizo su primer dibujo: el de su padre tratando de bajar ese balón de fútbol del árbol de enfrente. Se dio cuenta de que esos dos únicos dibujos, con pocas reglas estéticas y muchísima pasión, tenían una única cosa que los demás no tenían: su interioridad, su vivencia fresca y sincera. No fueron obras creadas, no fueron obras inventadas, fueron obras que tocaron a la puerta del corazón del pintor y pidieron ser pintadas.

El pintor quería escapar y escapó hacía su propio yo, se olvidó de las críticas, de las reglas. Llegó a su destino: el verdadero arte, el de interpretar y significar las vivencias más próximas. ¿De qué sirve pintar la más hermosa de las lunas o el mejor de los paisajes si nunca fuiste guiado por esa luz cuando estuviste perdido o no te manchaste, estando niño, las rodillas de los pantalones con esos pastos?




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También buscaré un escape boceteado. Por eso este pintor se ausentará por semana y media. Voy en busca de inspiración vital, abrazo fuerte y orden emocional. Sí, un pequeño escape.

sábado, septiembre 10, 2005

Salvaje Vs. Salvaje II

Desde que su amada fue arrebatada de sus brazos. Él, el salvaje, sigue en búsqueda de otro salvaje, el salvaje civilizado culpable de la muerte de su compañera. Los años no han pasado en vano: la larga cabellera ha desaparecido junto con el maquillaje de su rostro, y su desnudez fue afectada por sus viajes alrededor del mundo buscando ese hombre blanco que le quitó sentido a su corazón y a su hábitat. Lleva en su cuello el único recuerdo material que tiene de ella, un collar hecho de esos metales raros que crecen en sus selvas que, hasta hace veinticuatro años, eran vírgenes.

Su único pensamiento es la venganza, pero su mirada ya no es de furia, pues la sabiduría del dolor y el recorrido por el mundo, a pie, han sido las circunstancias que le han ayudado a entender que la furia es el peor compañero de la venganza. Ahora, él tiene que pensar tranquilamente, calcular sus movimientos y planear qué hacer cuándo vea a ese hombre del cual quiere deshacerse.

Su delgado, pero aún fuerte cuerpo, ha viajado desde encima del lomo de los elefantes hasta en la parte trasera de un camión, también ha aprendido varias lenguas y ya sabe cómo distinguir quién es de fiar y quién no. Todo es producto de la incansable búsqueda del tesoro más preciado: la tranquilidad de su corazón, cuyos lamentosos latidos le despiertan en las noches exigiéndole unas cuantas lágrimas que le den un pequeño baño a su afligida alma.

En una noche, con sus pies descalzos y ampollados sobre el frío pavimento, en frente de un local de accesorios baratos de una selva de cemento desconocida, vio ese rostro blanco que todas las noches le recuerda el motivo de su travesía. Se queda mirándole fijamente sin decirle nada, con esa misma mirada penetrante que asusta. No habla para esperar el idioma del asesino. El hombre blanco se voltea, lo ve de arriba abajo y le pregunta:

¿Qué me miras? ¿Qué pasa? ¡Vete de acá! ¡Largo!

El hombre de las selvas continúa en silencio provocando más y más gritos del salvaje civilizado:

¿Acaso no me estás oyendo? ¿Sabes con quién te estás metiendo?

El hombre desesperado y ya un poco asustado desenfunda su arma: una Mágnum 45 plateada con cabo de marfil de los elefantes que hace más de dos décadas cazaba en el hogar del viudo, la misma que cantó en contra de su compañera con notas graves y sostenidas que no hacían armonía con sus agudos gemidos de agonía. Todas esas imágenes llegaron a su cabeza, que ahora, luego de tantos años, pensaba con frialdad y seguía en silencio.

¿Habla? ¿Qué es lo que quieres?


El silencio del semidesnudo hombre se rompió y dijo:

Sólo quiero que la paz regrese a mi corazón y que el alma de mi amada descanse en paz y, si su alma no existe, entonces que mi recuerdo de ella no sea su cara inmersa en el dolor de una de tus cobardes balas en su vientre, donde estaba nuestro hijo que ya tenía dos meses de vida al interior de su madre.

El hombre abrió los ojos como si no supiera de qué le estaban hablando y dijo:

¿De qué hablas? A la única persona que he matado no era ni siquiera una persona enteramente, era una mujer salvaje que ni idea tenía de lo que era la vida, sólo gritaba y miraba como un animal asustando a su depredador.

Empezó a reírse despiadadamente y continuaba con su peyorativo discurso:

Y su pareja, un hombre parecido a ti, desnudo con más pelo que un simio y tampoco sabía gesticular una palabra. Un salvaje, sí, un par de salvajes era lo que eran esos dos.

Los ojos del vengador se enrojecieron, y expulsaron unas cuantas lágrimas tímidas cargadas de una mezcla explosiva de rabia, tristeza y la certeza de que por fin había encontrado el asesino de su amada y de su hogar. Gritó:

Has dicho tus últimas palabras salvaje civilizado. ¡LÁSTIMA QUE NO FUERON SABIAS!

Más rápido que el ojo civilizado, ese salvaje, que parecía un simio en sus días más jóvenes, se movió tan rápido como una pantera y clavó su lanza en el pecho del hombre blanco, la hundió hasta que los gritos sorprendidos de su víctima fueron ahogados por la sangre que salía de su boca y hasta que sus ojos empezaron a mirar hacia el lugar al que irá después de que su respiración cese.

La compañera del salvaje y su hijo de dos meses han sido vengados y el corazón de un guerrero de la venganza ha descansado.

¿Y ahora qué?


lunes, septiembre 05, 2005

Famoso Desconocido


Érase una vez un mago, un hombre capaz de obrar de manera inteligente. Sus padres, los cuatro elementos. Sus hijos los fenómenos naturales. El mediador entre los elementos y la tierra. El mundo estaba a sus pies y sólo la mente y corazones humanos les eran difíciles de controlar. Era adorado por infinidad de naciones, aclamado por los niños, sublimado por las adolescentes, respetado por los adultos y considerado un maestro al ojo del anciano sabio de cada familia. Cada uno de sus poderes siempre traía como consecuencia una desgracia frenada, un milagro potenciado, un dolor evitado, un crimen resuelto y muchas almas tranquilas. No había quejas, no había detractores de sus acciones. Todo era perfecto, sólo que nunca ha podido dominar el corazón y la mente de los humanos, así, pensaba él, podría eliminar malos pensamientos e intenciones de unos contra otros, eliminar todo aquello que la Humanidad detestaba de sí misma. Evitar una venganza, hacer las veces de cupido y lograr la tan anhelada “Paz en la tierra”. Muchas eran las maravillas que este gran mago hacía por los hombres; era un superhéroe de lo místico, la magia al servicio de la humanidad. Sabía cómo satisfacer necesidades pero no podía adivinarlas. Uno más de los poderes anhelados, si tan solo pudiese adivinar lo que los demás quieren o necesitan pare ser felices o al menos para ser comprendidos, podría ayudar a muchas personas y, hasta de pronto, podría enamorarse más fácilmente, pues entre sus poderes no poseía la extroversión para cortejar a una dama o ganar amigos. Todas y cada una de sus cualidades, lo hacía un famoso desconocido.

La soledad de los demás era solucionable pero la suya no. No se diferenciaba en mucho de los otros superhéroes que las tiras cómicas o el séptimo arte han creado.
Alguna vez un anciano, de esos que saben más de lo que su cuerpo puede aguantar auguró:
“El héroe dejará de serlo por intentar ser héroe”.
Su nieto, su único escucha en ese momento le contesto:
“Abuelo, lo que es bueno nunca dejará de ser bueno”.

Dicen los que saben y los que cuentan cuentos que su afán de ayudar tratando de conocer los secretos de los corazones y mentes humanas lo llevó a la desesperación, tanto así que llegó hasta el punto de acudir a uno de esos magos de los que hablan las malas lenguas, magos que su olor no los deja salir, su imagen no los deja mostrarse y su sabiduría es tan peligrosa como un cuchillo en manos de un vengador. El mago de esos, a cambio de unas cuantas cosas que nunca se supo qué eran, le otorgó el poder de controlar y adivinar lo que desea cada uno de los corazones y las mentes humanas. Todo fue perfecto, cambió las mentes de lo malos, avivó los corazones de los tristes, hizo las veces de cupido, y desvaneció el mal juicio entre los hombres. Nada podía salir mal.

Cierto día, caminando por una de las calles de ese mundo que había construido gracias a sus deseos, advirtió que los demás lo miraban con algo de desprecio. El se preguntaba:
“¿Pero qué pasa? Sí yo les di paz, armonía, buenos sentimientos, buenos deseos, buenas intenciones. No existe la maldad en sus corazones ni en sus mentes, ¡Yo las erradiqué!”

El anciano le contestó:
“Amigo, tu intención es buena pero tu acción es mala. Adivinaste que mi hijo quería un auto nuevo y se lo diste, entendiste que el alcalde necesitaba capital para sus obras de embellecimiento urbano y se los proporcionaste, te diste cuenta que Juan se enamoró de María y ahora están casados. ¡Todo eso está muy bien! Pero en realidad nos despojaste de ilusiones, de la satisfacción de alcanzar las cosas por nuestros propios medios, nos robaste el libre albedrío, la posibilidad de arrepentirnos, de aprender de nuestros errores. Nos vendiste la falsa ilusión de que el mal no existe, sabiendo muy bien que sin él, el bien no puede ser tampoco. No es vida buena lo que nos has dado, sólo le compraste la tranquilidad al mago de esos. ¿Y cuánto te costó?”

El mago que otrora fue héroe y que ahora deseaba volver a ser un famoso desconocido le contestó:
“simplemente le di mi egoísmo”.

El viejo y el niño tenían la razón.

jueves, septiembre 01, 2005

Null


Conozcan a Null, un nuevo robot realizado con múltiples tecnologías recogidas de todas partes del universo de las emociones. Null es un robot inteligentemente emocional y ahora vive en una sociedad, con sus pares, en la que las emociones, antes humanas, han sido estandarizadas y cada reacción ha sido programada para una forma específica de acción. Gracias a los avances de las neurociencias de la prehistoria de esa raza, es decir, nuestra actual humanidad, se han podido descubrir algunas razones por las que las personas tenían conflictos tan grandes y habían tantas peleas y guerras entre una raza que supuestamente se cuidaba a sí misma. Luego de varias investigaciones antropológicas, se llegó a la conclusión de que la razón más frecuente de todo ello era que, a cada fenómeno, le correspondían diversas interpretaciones que, las más de las veces, chocaban las unas con las otras, provocando resentimientos y el recurso a la famosa tolerancia que no era más que la indiferencia disfrazada de virtud.

Esta sociedad ya tiene más de 4.000 años de existencia y nunca ha habido una guerra o diferencias entre religiones y políticas, sencillamente porque ya desaparecieron; su existencia se reduce a las bases de datos de las bibliotecas y la guerra no es más que una reproducción simbólica en los escenarios deportivos.

¡Qué belleza, la utopía de todos los tiempos ha sido realizada! ¡Por fin la paz perpetua ha sido alcanzada! Lo único malo es que desde hace cuarto mil años, no hay nuevos filósofos, no hay producción literaria, sólo hay un género de música, no hay artistas y la ciencia parece haberse estancado.