lunes, julio 25, 2005

Domando la bestia


¿Quién no se ha encontrado a sí mismo con el dolor de darse cuenta que hay algo ahí adentro que se sale de control y hiere sin medida? Una extraña sensación de desconocimiento y los residuos de la ira se voltean automáticamente contra un yo sorprendido por un brazo que se estiró más de la cuenta o una palabra desmedida que se fue más allá del entendimiento y la cordialidad.

Raúl, luego de encontrarse una situación perturbadora, se sumergió en una batalla campal contra su amor de toda la vida: Yanira. Pero no una batalla campal de puños, garras y objetos lanzados como en las mejores peleas conyugales de nuestra popular Latinoamérica, pero sí una batalla llena de palabras rápidas, audaces (para el atacante) y estúpidas (para el agredido) y, siempre, sin sentido escuchado o intención entendida por ninguno de los dos.

Raúl, nació y creció en una cultura en la que la violencia intrafamiliar era vetada por todas las instancias conservadoras y liberales de la sociedad; por lo tanto, empujones, cachetadas y sacudidas con intención de agredir no eran su estilo a la hora de entrar en una discusión caliente y desesperada con algún ser humano. Claro, comportamientos como ese eran mucho menos esperados en una discusión con el amor de su vida.

La conversación, o mejor la retórica batalla campal fue subiendo poco a poco de tono y temperatura: las cabezas dolían, las pupilas se dilataban, la respiración aumentaba al igual que el ritmo cardiaco, lo músculos se tensionaron y empezaron a sentirse tiesos; las palabras pasaron el límite de la estupidez (para el que las recibía) y de la audacia (para el que las emitía) alcanzando la mordacidad y la voracidad simbólica de ganar una pelea que, en realidad, nunca existió.

La desesperación en la cabeza de Raúl hizo que su cuerpo empezara a transformarse lentamente: su pelo se alargó, sus dientes se afilaron, sus ojos tomaron la forma amenazadora y su mentón se tornó puntiagudo tal cual monstruo de esas películas que no eran de su total agrado. Así como su cuerpo, su fuerza también se volvió agresiva y peligrosa y su descontrolado brazo alcanzó el hombro de su amor Yanira, empujándola con tal fuerza que ella se extrañó de la metamorfosis de aquel que, hasta ahora, lo máximo que había hecho era gritarle un par de veces si acaso. El miedo en Yanira aumentó y se confundió con la perplejidad de notar que aquel ser al que sólo podía ver con ternura ahora era la fuente de su miedo, miedo de ser abrazada, miedo de ser tocada. Ahora, no quería otorgarle ningún privilegio a ese hombre que hoy se convertía en una terrible bestia de nubladas intenciones.

En realidad, Raúl no sufrió ningún cambio físico. Sin embargo, durante tres días, con sus noches, cada vez que cerraba los ojos veía a su amada, en cámara lenta, siento sacudida por su brazada vulgar, brusca y descontrolada; también veía esa hermosa cara tornada en una expresión de incertidumbre amalgamada con algo de angustia, rabia, indignidad y deshonor. No, Raúl no sufrió ninguna metamorfosis. No obstante, cada vez que recuerda este gesto en el angelical rostro de Yanira, no le queda otra a su psique y corazón que imaginarse como el peor de los monstruos.

Sólo el llanto ahogó la bestia que salió en ese memento y el perdón de Yanira cerró la jaula de ese terrible y peligroso ser que yace en las profundidades de un hombre que perdió el temor a llorar en frente de su amada para poder reconciliarse con el niño que le temía, no al monstruo debajo de su cama, sino a la bestia domada bajo su estable sí-mismo.

Aún hoy, luego de varias lunas, Raúl se disculpa en silencio con Yanira por medio de sus besos y sus caricias que prometen garantizar que la bestia será cuidada con recelo y pasión.

3 comentarios:

Alvaro Rolando dijo...

Jose, este texto lo encuentro muy familiar. Hubo un episodio en mi vida, con alguien a quien amé demasiado, en el cual la bestia salió, fui provocado y reaccioné con una violencia fría, despiadada, calculadora. Una furia que pretendía protegerme ante una gran agresión. Esa situación fue la detonadora de una crisis que terminó con mi relación, ella jamás pudo borrar de su mente la imagen de esa bestia en que me convertí, yo hoy día aún no se si fue una reacción demasiado excesiva. Solo puedo decir que las bestias salen cuando son muy, muy provocadas, como Hulk, que se transforma ante la ira intensa en un monstruo verde y enorme, con una fuerza desmedida. Solo esperaba en esa ocasión, que como en la película, una bella mujer abrazara mi ser bestialiazo. Un saludo amigo mio!

Anónimo dijo...

El espantoso "círculo de la violencia". Trabajo todo el tiempo esos temas en mi consulta como psicoterapeuta.

Agresión, culpa, perdones, agresión.....

Dame tu dirección y te mando dos ácaros bien pempaquetados.

Anónimo dijo...

Hola, te felicito, tienes una capacidad literaria envidiable.
Pensar en este post me ha llevado a escribir algo, aún lo estoy cuadrando, ando aún con la cabeza como una nebulosa